23 junio 2009

El arte del espejo ( I )


“El color del agua parece ser el color del vaso que la contiene"

Sabía que tarde o temprano esta cita me iba venir a cuento. (Es de Idries Shah ).
Bueno, a lo que voy es lo siguiente:

Hace de esto media vida sucedió algo...

Ella y yo nos gustábamos y una tarde, noche, nos acostamos, vale, todo normal. Me contó que también se acostaba con el hombre que me la había presentado, vale, todo normal. Cuando ella se lo contó, él no puso objeción, al contrario, vale, todo normal, insisto y además muy civilizado todo, daba gusto.

Pero la cosa cambio un par de semanas después.

A él le dejo de hacer gracia el asunto. Solo eran amistades “con derecho a roze”, pero decidió, o de repente descubrió, que en realidad ella le importaba demasiado. Consecuentemente le dio a elegir entre él o yo.

Ella ni se lo pensó, lo tenía muy claro y se quedo con él.

Por supuesto los tres seguíamos siendo buenos amigos. Todo muy civilizado. Vale, hasta aquí, repito, todo muy normal.

El caso es que dos o tres semanas después, en una de esas fiestas que por entonces hacíamos, le tire los tejos a su hermana, la hermana de ella se entiende.

...Al enterarse la reacción de ella fue poco más o menos quitarme el saludo.

Y, esto... pues ya no me parece para nada normal.

Un par de años después, por no me acuerdo que razón, lo conté a una amiga y su medio novio.

Las risas las puedo aceptar. De verdad. Supongo que puede tener su gracia. Pero la cosa cambio cuando afirmaron entenderlo. Eso me hirió y verme de esa forma herido les hizo troncharse aun más. Lo que me ahondo la herida.

Entonces baje la cabeza; dolido de verdad por tener que hacer lo que iba hacer...

Y, dije entonces la ...“verdadera verdad”, dicha esta vez para que incluso gente normal, de esa que puede haberse tronchado con esta patética historia que tuve la mala suerte de vivir... pueda entender
que es aquello de lo que realmente quiero hablar.




La verdadera verdad, os la cuento ahora:

Elena y yo nos gustábamos y una tarde, noche, nos acostamos, vale, todo normal. Le conté que también me acostaba con Ana, la mujer que me la había presentado (una amiga suya), vale, todo normal. Cuando conté lo sucedido a Ana y que iba continuar sucediendo no puso objeción, al contrario, vale, todo normal, insisto y de lo más civilizado.

Pero la cosa cambio un par de semanas después.

Ana se lo pensó y le dejo de hacer gracia el asunto. Solo eran amistades “con derecho a roze”, pero decidió, o de repente descubrió, que en realidad yo le importaba demasiado. Consecuentemente me dio a elegir entre ella o su amiga Elena.

Ni lo pensó, lo tenía muy claro y me quede con Ana. Muy educadamente, se lo explique a Elena.

Por supuesto los tres seguíamos siendo buenos amigos. Todo muy civilizado. Vale, hasta aquí, repito, todo muy normal.

El caso es que dos o tres semanas después, en una de esas fiestas que por entonces hacíamos, me entere que Elena le había tirado los tejos, nada más y nada menos, que a mi propio hermano.

Seguro que me entendéis pues al enterarme de lo sucedido, ni corto ni perezoso, más o menos, a Elena, le quite el saludo.

Dicho esto...

¿No me negareis que la cosa cambia?

¿Es la misma historia?

No lo parece, para nada y sin embargo lo es. ¿Donde esta la diferencia pues?

Da igual cual de esas historias sea verdadera; que ambas sean o no falsas da también lo mismo. Solo me importa que la historia es una, solo una y no dos, pero según el marco desde el que la contemos adquiere para nosotros un significado u otro.

Es frecuente ser incapaz de juzgar una historia en base a lo que se cuente en ella. Y, acabar haciendo lo solo en base a quien le ocurre o lleva a cabo lo contado.

Y, sin embargo el significado de la historia, incluso y precisamente, puede que por ello nos parece obvio.

Por eso es bueno saber mirar las historias desde el otro lado del espejo, cual si fueran un reflejo invertido de ellas mismas, darles la vuelta, cual calcetines para mirar que nos ocultan al otro lado...

Me estoy alargando... ¿Verdad? Lo siento. Pero ahora, por fin, voy al grano y ahora te escribo ya solo para t:

Da igual quien te cuente algo.

Da igual sobre quien te lo cuente.

Únicamente importa lo que te esta contando.

¿Es justo lo que te cuenta?

¿Esas acusaciones son ciertas o falsas?

¿La argumentación que usa es valida y se apoya sobre una descripción veraz y completa de los hechos?

Puede ser tu mejor amigo quien te lo cuente o tu mayor enemigo, en serio, da igual.

Importa, solo, lo que de verdad esta diciendo y lo que hay tanto de cierto como de falso en ello.

Nada más.

La próxima vez que alguien, por ejemplo, te lance a la cara una acusación, parate y analiza su contenido.

Antes de sentirte culpable preguntate que pensarías de otra persona cualquiera que en tu mismo lugar hubiera hecho y dejado de hacer lo que hiciste y lo que no.

Mira tu propia historia igual que si te fuera ajena.

No puedes sentirte inocente únicamente por ser tu la protagonista de las historias que me has contado. Pero, por eso mismo, tampoco puedes ni debes ya solo por eso, sentirte culpable.

¿Qué clase de juez eres?

No hay juicio justo sin abogado defensor. ¿Donde esta el tuyo?

¡Solo escuchas al fiscal!

Aprende a juzgar por ti misma. Es fácil.

Cambia el “sujeto” de la historia. Ese es el secreto.

18 junio 2009

De la amistad ( II )

En realidad esta entrada debiera llamarse Valiente, pues nunca le conocí nombre alguno y ese fue, tras ese día, el que le puse.

Valiente era un chucho, de raza indiscernible, pero que en mi opinión debía tener bastante de galgo. Vivía en la calle; en la misma en que vivíamos Noelia y yo.

Noelia se aficiono a él. Metía unos huesos, siempre que los había, en una bolsa y la bolsa en su bolso. Si al salir encontrábamos a Valiente bolsa y bolso se habrían y Valiente, con su rabo bailando tras él, recibía unos huesos.

Eso fue todo durante unos meses.

Aquella tarde en cambio no había huesos. El cielo estaba más o menos despejado, pero amenazaba lluvia, por lo tanto tomé un paraguas y Noelia y yo salimos a dar una vuelta. Éramos felices.

Caminábamos, juntitos y traviesos.

En un momento dado, doblando una curva, no me acuerdo que me hace ella y yo, a la vez que ella se me escapa, hago ademán de darle con el susodicho paraguas. Y, es entonces cuando Valiente aparece de la nada, materializándose cual por ensalmo entre ella y yo. Allí tengo al chucho, plantado, cual si estuviese clavado a la tierra, asfalto en realidad, firme, erguido todo lo erguido que puede estar un perro cuya talla alcanza poco más o menos mi rodilla, gruñendo, asustado, pero mil veces, cien mil, más decidido que asustado. Puedo hundirle dos costillas de una patada pero esta aun más claro que no podré acercarme a Noelia sin pasar antes por encima del cadáver de Valiente. Eso él lo tiene muy claro y sabe como dejármelo también claro a mi.

Veo lo que estoy viendo y me quedo tan clavado como él. No me lo doy creído. ¡De donde salio!

Lo mismo le pasa a Noelia. Por un momento tampoco ella se lo cree, tarda un poco más que yo en comprender que el chucho la esta defendiendo. No es en ella en la que tiene clavados los ojos. Pero Valiente no quiere atacarme como ella por un momento piensa; Valiente solo quiere que sea yo quien no ose atacarla a ella.

Y, claro, por supuesto yo de osar nada.

Es entonces cuando ella por fin y tras mirar a uno y otro comprende y comienza a partirse de risa. Valiente aparta entonces su vista de su enemigo y mueve la cabeza, conoce la risa humana, oye la de Noelia, sabe que algo esta pasando, que necesita comprenderlo, que no lo consigue. Pero su pose no cambia. Sigue enfilándome. Solo su cara cambia. Muestra ahora un semblante que duele verlo de tan obvio que resulta que su desconcierto le hace sufrir. Pero es a la vez graciosísimo y también yo comienzo a partirme de risa, claro.

Tras recuperarse un poco de la risa que no la abandona, Noelia se acerca a Valiente y por primera vez lo toca y acaricia a la vez que, entre más risas, con voz suave y cariñosa, le explica que no, que de eso nada, que soy un amigo y etc. Pero Valiente no se deja convencer fácilmente, que va, le lleva un rato, finalmente yo me acerco a ella y no pasa nada, Noelia sigue con él, acariciándolo, acuclillada a su lado y yo a su lado, aun palmo de ella.

Por supuesto y pese al final feliz de la historia Valiente jamás fue mi amigo, ni quiso y yo por supuesto nunca más volví a jugar con un paraguas delante de Valiente.

Hace unos meses, un par, volví a pasar por la misma calle, pero Valiente ya no estaba. Y, sin embargo fui, con la esperanza y único propósito de verlo, inconsciente de que los años no pasan en balde y que dada la edad media de vida de un perro, valiente hace ya mucho que ha muerto.

…Y sin embargo, vivirá siempre en mi recuerdo.

13 junio 2009

De la amistad ( I )

Siendo niño alguien me contó la siguiente historia:

“Hace años un padre emprendió un largo viaje. Antes de irse encomendó a su hijo la tarea de aprovechar ese tiempo para hacer amigos, pues como es sabido “no hay mayor tesoro que un buen amigo”. Diligente, el joven, se empleo a fondo en la tarea de hacer amigos, gastando, además, en ello la mitad, cuando menos, de la fortuna familiar.

Por lo tanto cuando dos, tres o cuatro años después regreso el padre al hogar, el hijo salio a su encuentro, orgulloso por haber cumplido el encargo paterno.

Tantos amigos tenia el hijo que el padre quedo perplejo, pues él y pese a todos sus años solo había logrado tener un medio amigo, pero amigo ninguno. Pero tras cavilar un rato se le ocurrió una nueva tarea que encargar a su hijo. Aunque un poco rarita, la verdad.

El hijo, una vez más hizo lo que su padre le pedía: mato un cerdo, lo descuartizo y lo metió en un saco que pronto se ensangrentó y con el saco a cuestas fue de casa en casa de sus amigos y a todos contó la misma historia, “he matado a un hombre, ayúdame a enterrarlo”. Naturalmente todos sus amigos encontraron buenas y muy sensatas razones para no ayudarle en una situación como tal a la vez que le prometían hacer, sin embargo lo posible....” iré verte a la cárcel, estaré al pie del cadalso cuando te ejecuten, pondré una vela a los santos para que te ayuden y por supuesto te cuidare la novia...”

Volvió entonces el joven junto a su padre, este le pregunto “qué tal fue” y el hijo le contó... y, resulto entonces que el padre pidió al hijo que ahora fuera y con el mismo saco contara al viejo medio amigo la misma historia.

Entonces el hijo retomo el saco y fue ver al medio amigo del padre y contó a este la misma historia.

Esta vez la respuesta fue diferente:

“Aunque no te conozco, por la media amistad que me une a tu padre, deja el muerto aquí, que yo lo enterare y tu vete, lávate y no te preocupes más”. Allí dejo, pues, el joven su saco y corrió junto a su padre.

...”Ya ves hijo mio, los amigos no se pueden hacer. Solo se pueden encontrar y a veces ni eso”, le dijo entonces el padre”.

( Ignoro si alguna vez supe de sonde salio ese cuento, pero no busco hacer amigos, a veces ocurre que conozco alguien por quien siento amistad, otras alguien que la siente por mi, en ocasiones el sentimiento es mutuo, otras no y la verdad nome preocupa... La amistad, para mi, más que un tipo de relación es un sentimiento)... Mi forma de buscar amigos es simplemente abriendo a la vez los ojos y la posibilidad de que también ellos me encuentren a mí. A veces tardan en aparecer y otras no.



09 junio 2009

Aliento y danza


La mujer de la que os hablo, de nombre impronunciable…

Tiene los cabellos negros y los ojos de un azul gris que recuerda el verde y con los que traspasa todo lo que ella mira, incluido quien esto escribe.

Tiene esa voz a la que no le hace falta decirte “hola” para hacerte saber que te celebra y que es consciente te tu presencia.

Tiene ese modo de moverse que solo tienen las mujeres que no necesitan recordarle a nadie que son mujeres.

Tiene, por si fuera poco, el coraje de mirar la vida de frente y aún así sonreírle.

Ayer descubrí uno de sus secretos; no su nombre verdadero, peroal menos es algo:

... Tiene ella alma giróvaga y baila con su falda, larga falda, cual Venus entorno al Sol.

06 junio 2009

El secreto




Hace unos años. Muchos.

Una tarde de verano...

Una joven sale del trabajo. Fuera la esperaba el novio ( vamos a llamarlo así). Estaba feliz. Acababa
de cobrar su sueldo, por primera vez en su vida. Irradiaba.

Juntos emprendieron el camino. Hostal de los Reyes Católicos, Rua do Franco, finalmente uno de esos pasos de peatones que unen la parte vieja con la nueva de Santiago de Compostela y tras cruzar ese paso de peatones a tres o cuatro metros, no más, se oye, ve, una mujer, la cabeza gacha, oculta entre la melena, ella en el suelo, medio acuclillada, medio arrodillada, llorando audiblemente mientras deja ver la palma abierta de una de sus manos.

¿Qué sucedió entonces?

El novio no comprende. La joven se para, gira sobre si misma y vuelve a girar. Lo hace una vez y otra y luego otra, cual niña que hubiera perdido la mano de su madre y en medio de la multitud, clavada donde la perdió, la buscara con la vista.

Ve al novio, la cara de él y en esa cara lee que él no comprende; pero no tiene tiempo para explicaciones y sigue buscando. Por fin él pregunta o es ella quien desesperada explica buscando ayuda. La verdad, ya no recuerdo.

La mendiga. Es la mendiga. "La mendiga, Manuel, la mendiga". Es ella.

Por fin consigue explicarse. No hay problema, él se encarga. Aliviada la joven echa mano del bolso. Dos manos por un momento se unen y un billete mil veces plegado y replegado, oculto a la vista del mundo, cambia de mano. Entonces el hombre se separa unos pasos, se aleja de una y se acerca a la otra.

La mendiga no lo ve, en ningún momento alza los ojos ni levanta la cabeza. Pero siente el contacto de una mano en la suya que deposita en ella un billete y se la cierra en torno a él.

La mendiga se percata de lo que es, no conoce ningún tipo de papel que se pueda plegar de esa forma salvo ese. El tacto es todo lo que necesita para reconocerlo. No siempre fue mendiga.

El billete esta ahora donde debe estar. El hombre que se acuclillo para entregarlo se endereza y vuelve con la joven, ahora triste y llorosa pero de nuevo radiante y feliz.

Y, la pareja reemprende su camino.

Jamás se lo conté a nadie. Es su secreto o lo era.

Pero ahora lo cuento y es que hoy llame a un antiguo compañero, que también lo fue de ella. Para quedar, tomar un café, esas cosas... al despedirnos le pregunte quien más "de nuestra época", que él sepa, puede que este viviendo ahora en Madrid.

Quiso responder y no pudo, lo volvió a intentar y fue incapaz. Me pareció natural y es que hace tanto de todo aquello, pero tanto...

...Que se olvidan los nombres y se pierden los teléfonos.

Pero luego, bastante luego, mucho más tarde en realidad, me pregunte que fue realmente lo que le impidió pronunciar aquel nombre que parecía escaparse y no se le dio escapado.

¡Hace tanto que no nos vemos!

Ella ahora vive en Madrid. Trabaja como profesora de filosofía y esta casada. Es todo lo que sé.

¿Fue el nombre de ella el que Antonio no pudo pronunciar?. No me sorprendería. Hemos envejecido, pero puede que él me siga viendo como aquel novio... que en realidad nunca fui y, en su imaginación yo aún siga de algún modo con ella. Y, hay ciertas noticias que aún "novio" no se le quieren dar. Ni siquiera cuando ha pasado ya tanto tiempo que la palabra esa, "novio", resulta arcaica, cursi y ya no sé cuantas cosas más.



04 junio 2009

Día 14



Catorce días en Madrid. Dos semanas y en todas esas horas, conversaciones lo que se dice conversaciones, solo hubo tres, ni una más, ni una menos.

Para la semana, me digo, puede ser diferente...

Para la semana... ya se vera, pero no me hago ilusiones.

... Puede que yo desee quedarme en Madrid, pero puede, también, que Madrid no quiera que me quede en ella.

...O puede que, simplemente, me este asustando del precio por fundir el último año supuestamente libre de mi vida, en una apuesta sin ases en la manga y las cartas en contra.

Y, la verdad, es que si encontraran mis dudas una buena excusa que darme "me retiraría" ya. Pero no la encuentro y sigo queriendo quedarme aquí.