18 junio 2009

De la amistad ( II )

En realidad esta entrada debiera llamarse Valiente, pues nunca le conocí nombre alguno y ese fue, tras ese día, el que le puse.

Valiente era un chucho, de raza indiscernible, pero que en mi opinión debía tener bastante de galgo. Vivía en la calle; en la misma en que vivíamos Noelia y yo.

Noelia se aficiono a él. Metía unos huesos, siempre que los había, en una bolsa y la bolsa en su bolso. Si al salir encontrábamos a Valiente bolsa y bolso se habrían y Valiente, con su rabo bailando tras él, recibía unos huesos.

Eso fue todo durante unos meses.

Aquella tarde en cambio no había huesos. El cielo estaba más o menos despejado, pero amenazaba lluvia, por lo tanto tomé un paraguas y Noelia y yo salimos a dar una vuelta. Éramos felices.

Caminábamos, juntitos y traviesos.

En un momento dado, doblando una curva, no me acuerdo que me hace ella y yo, a la vez que ella se me escapa, hago ademán de darle con el susodicho paraguas. Y, es entonces cuando Valiente aparece de la nada, materializándose cual por ensalmo entre ella y yo. Allí tengo al chucho, plantado, cual si estuviese clavado a la tierra, asfalto en realidad, firme, erguido todo lo erguido que puede estar un perro cuya talla alcanza poco más o menos mi rodilla, gruñendo, asustado, pero mil veces, cien mil, más decidido que asustado. Puedo hundirle dos costillas de una patada pero esta aun más claro que no podré acercarme a Noelia sin pasar antes por encima del cadáver de Valiente. Eso él lo tiene muy claro y sabe como dejármelo también claro a mi.

Veo lo que estoy viendo y me quedo tan clavado como él. No me lo doy creído. ¡De donde salio!

Lo mismo le pasa a Noelia. Por un momento tampoco ella se lo cree, tarda un poco más que yo en comprender que el chucho la esta defendiendo. No es en ella en la que tiene clavados los ojos. Pero Valiente no quiere atacarme como ella por un momento piensa; Valiente solo quiere que sea yo quien no ose atacarla a ella.

Y, claro, por supuesto yo de osar nada.

Es entonces cuando ella por fin y tras mirar a uno y otro comprende y comienza a partirse de risa. Valiente aparta entonces su vista de su enemigo y mueve la cabeza, conoce la risa humana, oye la de Noelia, sabe que algo esta pasando, que necesita comprenderlo, que no lo consigue. Pero su pose no cambia. Sigue enfilándome. Solo su cara cambia. Muestra ahora un semblante que duele verlo de tan obvio que resulta que su desconcierto le hace sufrir. Pero es a la vez graciosísimo y también yo comienzo a partirme de risa, claro.

Tras recuperarse un poco de la risa que no la abandona, Noelia se acerca a Valiente y por primera vez lo toca y acaricia a la vez que, entre más risas, con voz suave y cariñosa, le explica que no, que de eso nada, que soy un amigo y etc. Pero Valiente no se deja convencer fácilmente, que va, le lleva un rato, finalmente yo me acerco a ella y no pasa nada, Noelia sigue con él, acariciándolo, acuclillada a su lado y yo a su lado, aun palmo de ella.

Por supuesto y pese al final feliz de la historia Valiente jamás fue mi amigo, ni quiso y yo por supuesto nunca más volví a jugar con un paraguas delante de Valiente.

Hace unos meses, un par, volví a pasar por la misma calle, pero Valiente ya no estaba. Y, sin embargo fui, con la esperanza y único propósito de verlo, inconsciente de que los años no pasan en balde y que dada la edad media de vida de un perro, valiente hace ya mucho que ha muerto.

…Y sin embargo, vivirá siempre en mi recuerdo.

1 comentario:

Rita Blanco dijo...

Una bonita historia que, aunque no tuvo un buen final, si ha dejado un buen recuerdo.

Saludos

SoFi