06 junio 2009

El secreto




Hace unos años. Muchos.

Una tarde de verano...

Una joven sale del trabajo. Fuera la esperaba el novio ( vamos a llamarlo así). Estaba feliz. Acababa
de cobrar su sueldo, por primera vez en su vida. Irradiaba.

Juntos emprendieron el camino. Hostal de los Reyes Católicos, Rua do Franco, finalmente uno de esos pasos de peatones que unen la parte vieja con la nueva de Santiago de Compostela y tras cruzar ese paso de peatones a tres o cuatro metros, no más, se oye, ve, una mujer, la cabeza gacha, oculta entre la melena, ella en el suelo, medio acuclillada, medio arrodillada, llorando audiblemente mientras deja ver la palma abierta de una de sus manos.

¿Qué sucedió entonces?

El novio no comprende. La joven se para, gira sobre si misma y vuelve a girar. Lo hace una vez y otra y luego otra, cual niña que hubiera perdido la mano de su madre y en medio de la multitud, clavada donde la perdió, la buscara con la vista.

Ve al novio, la cara de él y en esa cara lee que él no comprende; pero no tiene tiempo para explicaciones y sigue buscando. Por fin él pregunta o es ella quien desesperada explica buscando ayuda. La verdad, ya no recuerdo.

La mendiga. Es la mendiga. "La mendiga, Manuel, la mendiga". Es ella.

Por fin consigue explicarse. No hay problema, él se encarga. Aliviada la joven echa mano del bolso. Dos manos por un momento se unen y un billete mil veces plegado y replegado, oculto a la vista del mundo, cambia de mano. Entonces el hombre se separa unos pasos, se aleja de una y se acerca a la otra.

La mendiga no lo ve, en ningún momento alza los ojos ni levanta la cabeza. Pero siente el contacto de una mano en la suya que deposita en ella un billete y se la cierra en torno a él.

La mendiga se percata de lo que es, no conoce ningún tipo de papel que se pueda plegar de esa forma salvo ese. El tacto es todo lo que necesita para reconocerlo. No siempre fue mendiga.

El billete esta ahora donde debe estar. El hombre que se acuclillo para entregarlo se endereza y vuelve con la joven, ahora triste y llorosa pero de nuevo radiante y feliz.

Y, la pareja reemprende su camino.

Jamás se lo conté a nadie. Es su secreto o lo era.

Pero ahora lo cuento y es que hoy llame a un antiguo compañero, que también lo fue de ella. Para quedar, tomar un café, esas cosas... al despedirnos le pregunte quien más "de nuestra época", que él sepa, puede que este viviendo ahora en Madrid.

Quiso responder y no pudo, lo volvió a intentar y fue incapaz. Me pareció natural y es que hace tanto de todo aquello, pero tanto...

...Que se olvidan los nombres y se pierden los teléfonos.

Pero luego, bastante luego, mucho más tarde en realidad, me pregunte que fue realmente lo que le impidió pronunciar aquel nombre que parecía escaparse y no se le dio escapado.

¡Hace tanto que no nos vemos!

Ella ahora vive en Madrid. Trabaja como profesora de filosofía y esta casada. Es todo lo que sé.

¿Fue el nombre de ella el que Antonio no pudo pronunciar?. No me sorprendería. Hemos envejecido, pero puede que él me siga viendo como aquel novio... que en realidad nunca fui y, en su imaginación yo aún siga de algún modo con ella. Y, hay ciertas noticias que aún "novio" no se le quieren dar. Ni siquiera cuando ha pasado ya tanto tiempo que la palabra esa, "novio", resulta arcaica, cursi y ya no sé cuantas cosas más.



4 comentarios:

Nes dijo...

querido manolo, yo te diria en mi humilde opinión, trates de olvidar ese pasado que te esta haciendo daño.

Manuel dijo...

…Debo aprender a ser más especifico, claro, concreto, y no sé cuantas cosas más a la hora de escribir una entrada, pero no hay en esta ninguna referencia a un pasado que me haga daño. Si esa es la impresión que da, entonces francamente, la escribí fatal. Puede ser la consecuencia de haber resumido dos entradas en una sola…

Rita Blanco dijo...

Yo pienso que la entrada está bien, no da la impresión de dolor; tal vez sí de añoranza, pero no dolor o tristeza.

Saludos

Sofi

Manuel dijo...

Sofi:

Creo que tienes razón, añoranza es la palabra adecuada. Añoranza de una época en kla que aun era capaz de soñar. La hecho de menos, la verdad.