11 julio 2010

El verdugo

Cuentan que hubo una vez un verdugo.

Era el verdugo de una de esas reinas que amaba matar al mensajero, cuando este, por su oficio, osaba traer malas noticias a la corte de la reina.

El verdugo era un buen hombre que no amaba su oficio, pero amaba a su reina. Y, por amor fue sembrando la vida de cadáveres de desdichados inocentes.

Y, luego lo contaba en las tabernas. "Mirad que amor más grande el mio, que no me tiembla la mano al matar la inocencia; pues amor, es lo que me mueve y nada me digáis que ya solo al amor  sé escuchar"

En fin, sin comentarios. Pero lo que necesitaba esa reina no era más victimas. Y, ni uno solo de esos crímenes la ayudo jamás en nada.

Menos mal, eso sí, que ese no fue el verdugo del cuento de Blancanieves u otro bien distinto habría sido  el cuento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay un cura en mi pueblo, que es muy buen hombre, consecuente todo lo que un ser humano puede ser con la doctrina cristiana que defiende, que en uno de sus sermones dijo una vez que el amor es superior a la inteligencia. Yo no vi entonces y no lo veo ahora qué necesidad hay de comparar el amor con la inteligencia, o al revés. El amor es lo que es, es la preocupación activa por el bien del otro, eso es el amor, eso es lo único que busca y no salir victorioso en ningún ranking. Pero, además, la afirmación de este buen cura, buen cura no por buen cura sino por buen hombre, puede convertir al amor, como en la fábula, en un verdugo. Sí, al amor le hace falta la inteligencia para discriminar, para no dejarse enredar por individuos astutos, arteros, taimados, y no verse comprometido en acciones que van contra su misma esencia. Por así decirlo, a los "santos de chocolate", que es el amor sin inteligencia, este mundo se los come con patatas. Yo creo que el amor debe ser amor, pero nunca amor a lo tonto.